Ese misterio llamado creación

16 12 2011

Fuga de ideas, de Santiago Gómez Valverde.

Ed.Vitruvio

 

 

 

Yo diría que lo más asombroso que nos ha sucedido a todos es esa cosa inexplicable, sorprendente, contradictoria y, tenga la duración que tenga, siempre corta, que conocemos con el nombre de vida. A costa de esa desconocida hemos desarrollado todo tipo de aproximaciones, preguntas, conjeturas, insultos y demás tanteos que, hasta el momento, que yo sepa, no han conseguido otra cosa que aumentar el volumen de nuestra ignorancia. Ya supondrán que mi charla no va a consistir en desarrollar para ustedes una nueva tesis sobre la escurridiza palabra. A mi edad los únicos jeroglíficos que me divierten son los crucigramas.

Dicho esto, y como era de esperar, mi tarea es mucho más humilde: sencillamente voy a hablarles a ustedes de un libro de poemas. Es decir: voy a hablarles a ustedes del lenguaje poético.

Decía mi maestro, el gran poeta Luis Rosales, que “el lenguaje, como las emociones, nace en una fuente remota del sentir colectivo”. Es decir: que las palabras y los sentimientos no nos pertenecen, son una herencia. Y con las herencias sólo se pueden hacer dos cosas: arruinarlas o enriquecerlas.

Todo esto viene a cuento de que para un creador el lenguaje es lo más parecido al oxígeno. Ningún artista puede respirar sin su correspondiente oxígeno. Y hay tantas variedades de oxígenos como tipos de creación. Música, pintura, escultura, literatura, teatro, cine, etc. Todas respiran gracias al oxígeno que les proporciona su lenguaje.

Ese misterio que llamamos creación reclama, eso sí, algún que otro requisito: respeto, verdad, entrega, exigencia, inconformismo y libertad.

Dicho esto voy a pensar para ustedes en voz alta sobre un libro de Santiago Gómez Valverde titulado Fuga de ideas.

No se les ocultará lo arriesgado que resulta reflexionar sobre poesía anta un auditorio. Pero dice la voz popular que el que no se arriesga no coge peces. Yo voy a intentar atrapar para ustedes esa misteriosa criatura. Y voy a hacerlo siguiendo el consejo de la canción popular: “ A la mar fui por naranjas/ cosa que la mar no tiene/ metí la mano en el agua/ la esperanza me sostiene.

Pues eso es precisamente lo que hace Santiago en esta Fuga de ideas. En “Las estrellas muertas” dice:

 

En los ojos del agua se refleja

la mirada del cielo

añil, que se desviste de estrellas sigilosas.

Por sus venas lejanas

corre la sangre muerta a despertar

un acorde de luz, que ríe en las pupilas

de los hombres, pulsado por el plectro sensible de la luna.

 

Un niño, entre las manos, ese instante sostiene,

en su pulso imborrable lo salva del olvido.

 

El poeta como un taumaturgo va del cielo a la tierra y también de lo vivido a lo soñado. “Somos la arquitectura que apuntala las ruinas del recuerdo”.

Los poemas de Santiago se debaten, como decía Machado, entre el vivir y el soñar. Él pregunta, indaga y, finalmente, nos dice:

 

”Pero no respondiste, el jazmín de la nada

sonreía en el cáliz de tu boca

con la leve fragancia del silencio.”

 

Hay en este libro la disparidad que otorga la libertad; pero frente a la reflexión ontológica nos encontramos con la mansedumbre de lo diario.

 

“El aria de las cosas”

Las cosas en su sitio.

Recibiendo el abrazo desnudo de la luz.

Mis bastones se expanden para impregnarse de ellas.

Armónica quietud, crisálidos arpegios vais reptando,

de ser en ser, por la mano del tiempo,

y una caricia de horas os vivifica en música.

La papelera de mi pensamiento,

envuelta en un instante, se llena de vosotras.

 

Es evidente que en Santiago conviven distintos elementos: la música, los colores, las formas:

 

“El oído del mundo se abre en forma de tierra

para escuchar la música que la lluvia convoca”.

 

Pero lo que predomina en este libro son las señales del vivir. Las cicatrices, las nostalgias. Y también la gratitud por todo ello. En definitiva la consecuencia de que no se puede vivir impunemente. Veamos otro ejemplo:

 

“Naufragio”

Que esta palabra sea

el suave impermeable de tu risa.

En este instante llueve

por los ríos que arrullan la mariposa henchida del silencio,

y la ciudad tirita en su epidermis,

tatuada de graffitis y de taxis.

Que esta palabra sea

el banco donde nunca te sentaste,

donde yo te esperé, donde jamás viniste…

 

 

Los poemas de Santiago se debaten como la música y la pintura entre acogerse a un clasicismo a lo Velázquez (sonetos) o Schubert “La vida y otras muertes” o José Emilio Pacheco, Luis Alberto de Cuenca, etc.

El libro acaba con una serie de poemas breves que titula “Hilos de horas”. Están a caballo entre el aforismo y el haiku. Nos dejan en la boca un sabor agridulce. Sobre todo el último:

 

Tanto silencio

no podría caber

en muchas páginas.

 

Después de estos tres versos nos quedamos un poco pensativos como si hubiésemos vuelto a leer los misteriosos versos de Paul Celan: “ Habla. Pero no separes el no del sí y da a tu a tu decir sentido: déjale la sombra”.

Está claro que Santiago Gómez Valverde conoce bien la sombra.

El poeta ha escrito un libro verdadero y diverso en el que se transparentan los amores de su corazón. Es imposible no advertir su admiración por la música, la pintura y, naturalmente, la literatura. No tengo duda de que será compañero de noche de muchos lectores.

Gracias, Santiago.

                                                     Francisca Aguirre